viernes, 13 de marzo de 2015

BIG ONE. CAP 9

Finalmente la semana del gran día llegó.
Desde el Lunes tenía sobre la mesa de mi cuarto lo que Héctor nos había encargado: la ropa más oscura que tuviese -chaqueta fina, jersey, camiseta y calcetines de deporte- unos guantes ni finos ni gruesos, una gorra negra (no sabía porqué) un calzado cómodo, resistente y por supuesto también oscuro (que fue lo único que me compré) una linterna halógena con recambio extra de pilas alcalinas y una bolsa resistente e impermeable. La única comida permitida era una ampolla de agua sin gas (y sin peligro al ser abierta) aliñada con zumo de limón, azúcar y sal (por lo de reponer energía y pérdidas por sudoración) barritas energéticas y frutos secos (que no dejan restos) un poco de papel higiénico y algunas tiritas y lo más importante y fundamental: nada de móviles.
En ningún momento mi padre me preguntó qué hacía todo aquello sobre la mesa de mi habitación. Me había visto con los mosqueteros por la calle y en el fondo le aliviaba que hubiese encontrado amigos (ni que fueses "esos" amigos) Además mi madre le había estado llamando insistentemente, los nuevos propietarios de su antigua empresa -uno de esos fondos de inversión- habían echado a la dirección que lo había despedido y la probabilidad de recuperar su antiguo empleo era más que una posibilidad. No me había comentado nada porque en el fondo y a pesar de todo se le veía cada vez más feliz con su nuevo destino. En Manresa, y después de muchos años, mi padre había encontrado la tranquilidad. A lo mejor no había sido tan malo todo lo que nos había pasado.
Pero esto yo no lo podía saber hasta que llegase el sábado.

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